El árbol preguntó
al intruso poema
qué sombra le podía hacer
un cúmulo de letras
a una cubierta de hojas
regada por cientos de corazones.
El poema se batió en retirada.
El árbol, lejos de jactarse de su victoria,
invitó a cuanto poeta acudiese
a sentarse sobre sus raíces.
Eso sí: siempre respetando la jerarquía
de la humilde fotosíntesis
sobre la arrogancia del prepotente
verbo decadente del escriba.