Jaime Redondo Tirado

FOSAS

Las tumbas llaman a la sangre
y la sangre apela a la justicia de los hombres,
los hombres esconden la justicia detrás
de las palabras difíciles,
Mientras tanto, la tierra acoge a los muertos
en un cruel silencio. Esa tierra
muda se recoge y se aprieta
para convertirse en la cárcel perpetua
de las almas inquietas.

Son los desterrados de la tierra
los que yacen olvidados en fosas sin nombre.
Ahí están todos sus huesos,
doloridos, desnudos y apiñados.
Huesos que un día fueron adalides
de los nuevos vientos
que tumbaron enraizados pedestales

¿Muertos y olvidados?
¿Eternamente muertos?
¿Eternamente olvidados?

Muertos, si. Olvidados, no. Los sueños permanecen,
cabalgan en otros corazones sorteando esa muerte
que no acobija a las almas. Un sueño
intacto, insepulto con latidos pausados.

Segar la hierba sobre la tumba de los yacientes,
remover la tierra y aventar el dolor de la sangre,
airear los huesos olvidados
y limpiar la memoria vilmente mancillada
para recuperar la paz de un nuevo descanso.

Queda esa herida sangrante de una guerra heredada,
sangre ardiente que fluye aún en el tiempo de espera,
aguardando un armisticio
que se escriba con palabras.